miércoles, 23 de abril de 2008

Hades y Perséfone


En el Hades sólo viven sombras, sombras sedientas de la luz, que envidian la precaria vida de los de fuera, sombras que deambulan despojadas de cuanto fueron, privadas incluso de su identidad cuando beben las aguas del Leteo. Entre las tinieblas sólo dos cuerpos pueden palparse, pueden verse y reconocerse, pueden nombrarse y evocar el mundo tangible. Como dioses que son, no conocen la muerte, aunque reinen implacablemente sobre los mortales. Si, los dioses del Averno conservan sus sentidos, pero deben ocultarse para no atraerse la envidia de los que nada tienen. Por eso cada primavera Perséfone y Hades en su carro de lóbregos caballos regresan bajo el sol. A su paso la tierra se transforma: renace el bosque, fluyen los arroyos, porque ambos recuperan el mundo que una vez perdieron, Hades en un sorteo y Perséfone con un bocado.
Cuenta el mito que Hades enloquecía en la soledad de sus tinieblas y Zeus, tal vez por mala conciencia, se apiadó del hermano al que había tocado en suerte el reino lúgubre y le permitió salir. Bajo las ruedas de su carro la tierra se estremecía y el día se acortaba, pero guiado por el sol, Hades llegó a un prado y encontró a la Muchacha de mejillas espléndidas, que reía ajena al silencio opresivo de la muerte. No lo pensó dos veces, y cogiéndola por la cintura la llevó a su palacio. Ella gritaba pidiendo ayuda a su madre la diosa y a Zeus, mientras marchaba al reino del que nadie vuelve.
Las lágrimas de la Niña le partían a Hades el corazón. Él se había prendado de su risa, y encontraba ahora las mejillas adorables ajadas y pálidas por la tristeza. Pasaba un día y otro y su raptada novia ni dormía ni quería comer. Hades intentaba consolarla, distraerla, pero ni los juegos del perro de tres cabezas ni la barca de Caronte servían para tal fin. Hasta que llegó una granada a la mesa del dios. Éste al abrirla comparó cada brillante grano con las lágrimas que ella derramara por el rostro lleno de nostalgia. Se lo acercó y le dijo que la dejaría volver si al menos tomaba uno de esos frutos, que enjuagaría con besos sus tristeza, que por saberla feliz era capaz de soportar su ausencia. Y Perséfone enmudeció y miró el rostro de Hades, mientras que él, borracho de deseo, le hubiera prometido cualquier cosa con tal de volver a verla sonreír. Y distraidamente, mientras Perséfone callaba por primera vez, le llevó el diminuto manjar a los labios, rozándolos con delicadeza y ella, que había crecido viendo fructificar la tierra, recibió en esa gota púrpura el olor de la tierra fértil, el sabor del agua fresca y sonrió ausente, mientras Hades le prestaba el hombro y la tomaba entre sus brazos.Y Perséfone, aunque diosa, comprendió resignada que para que hubiera vida, debía haber también muerte, pero tambien renacer, y aceptó que esa era su misión.

sábado, 19 de abril de 2008

Platón, El banquete



1. EROS Y APORÍA (óleo sobre lienzo de Carmen Salamanca Gallego).
2. ESTATUA DE EROS.
PLATÓN, EL BANQUETE.
Habla Aristófanes acerca de Eros:

Pues, a mi parecer, los hombres no se han percatado en absoluto del poder de Eros, puesto que si se hubiesen percatado le habrían levantado los mayores templos y altares y le harían los más grandes sacrificios, no como ahora, que no existe nada de esto relacionado con él 67, siendo así que debería existir por encima de todo. Pues es el más filántropo de los dioses, al ser auxiliar de los hombres y médico de enfermedades tales que, una vez curadas, habría la mayor felicidad para el género humano. Intentaré, pues, explicaras su poder y vosotros seréis los maestros de los demás. Pero, primero, es preciso que conozcáis la naturaleza humana y las modificaciones que ha sufrido, ya que nuestra antigua naturaleza no era la misma de ahora, sino diferente. En primer lugar, tres eran los sexos de las personas, no dos, como ahora, masculino y femenino, sino que había, además, un tercero que participaba de estos dos, cuyo nombre sobrevive todavía, aunque él mismo ha desaparecido. El andrógino, en efecto, era entonces una cosa sola en cuanto a forma y nombre, que participaba de uno y de otro, de lo masculino y de lo femenino, pero que ahora no es sino un nombre que yace en la ignominia. En segundo lugar, la forma de cada persona era redonda en su totalidad, con la espalda y los costados en forma de círculo. Tenía cuatro manos, mismo número de pies que de manos y dos rostros perfectamente iguales sobre un cuello circular. Y sobre estos dos rostros, situados en direcciones opuestas, una sola cabeza, y además cuatro orejas, dos órganos sexuales, y todo lo demás como uno puede imaginarse a tenor de lo dicho. Caminaba también recto como ahora, en cualquiera de las dos direcciones que quisiera; pero cada vez que se lanzaba a correr velozmente, al igual que ahora los acróbatas dan volteretas circulares haciendo girar las piernas hasta la posición vertical, se movía en círculo rápidamente apoyándose en sus miembros que entonces eran ocho. Eran tres los sexos y de estas características, porque lo masculino era originariamente descendiente del sol, lo femenino, de la tierra y lo que participaba de ambos, de la luna, pues también la luna participa de uno y de otro. Precisamente eran circulares ellos mismos y su marcha, por ser similares a sus progenitores. Eran también extraordinarios en fuerza y vigor y tenían un inmenso orgullo, hasta el punto de que conspiraron contra los dioses. Y lo que dice Homero de Esfialtes y de Oto se dice también de ellos: que intentaron subir hasta el cielo para atacar a los dioses. Entonces, Zeus y los demás dioses deliberaban sobre qué debían hacer con ellos y no encontraban solución. Porque, ni podían matarlos y exterminar su linaje, fulminándolos con el rayo como a los gigantes, pues entonces se les habrían esfumado también los honores y sacrificios que recibían de parte de los hombres, ni podían permitirles tampoco seguir siendo insolentes. Tras pensarlo detenidamente dijo, al fin, Zeus: «Me parece que tengo el medio de cómo podrían seguir existiendo los hombres y, a la vez, cesar de su desenfreno haciéndolos más débiles. Ahora mismo, dijo, los cortaré en dos mitades a cada uno y de esta forma serán a la vez más débiles y más útiles para nosotros por ser más numerosos. Andarán rectos sobre dos piernas y si nos parece que todavía perduran en su insolencia y no quieren permanecer tranquilos, de nuevo, dijo, los cortaré en dos mitades, de modo que caminarán dando saltos sobre una sola pierna». Dicho esto, cortaba a cada individuo en dos mitades, como los que cortan las serbas y las ponen en conserva o como los que cortan los huevos con crines. Y al que iba cortando ordenaba a Apolo que volviera su rostro y la mitad de su cuello en dirección del corte, para que el hombre, al ver su propia división, se hiciera más moderado, ordenándole también curar lo demás. Entonces, Apolo volvía el rostro y, juntando la piel de todas partes en lo que ahora se llama vientre, como bolsas cerradas con cordel, la ataba haciendo un agujero en medio del vientre, lo que llaman precisamente ombligo. Alisó las otras arrugas en su mayoría y modeló también el pecho con un instrumento parecido al de los zapateros cuando alisan sobre la horma los pliegues de los cueros. Pero dejó unas pocas en torno al vientre mismo y al ombligo, para que fueran un recuerdo del antiguo estado. Así, pues, una vez que fue seccionada en dos la forma original, añorando cada uno su propia mitad se juntaba con ella y rodeándose con las manos y entrelazándose unos con otros, deseosos de unirse en una sola naturaleza, morían de hambre y de absoluta inacción, por no querer hacer nada separados unos de otros. Y cada vez que moría una de las mitades y quedaba la otra, la que quedaba buscaba otra y se enlazaba con ella, ya se tropezara con la mitad de una mujer entera, lo que ahora precisamente llamamos mujer, ya con la de un hombre, y así seguían muriendo. Compadeciéndose entonces Zeus, inventa otro recurso y traslada sus órganos genitales hacia la parte delantera, pues hasta entonces también éstos los tenían por fuera y engendraban y parían no los unos en los otros, sino en la tierra, como las cigarras. De esta forma, pues, cambió hacia la parte frontal sus órganos genitales y consiguió que mediante éstos tuviera lugar la generación en ellos mismos, a través de lo masculino en lo femenino, para que si en el abrazo se encontraba hombre con mujer, engendraran y siguiera existiendo la especie humana, pero, si se encontraba varón con varón, hubiera, al menos, satisfacción de su contacto, descansaran, volvieran a sus trabajos y se preocuparan de las demás cosas de la vida. Desde hace tanto tiempo, pues, es el amor de los unos a los otros innato en los hombres y restaurador de la antigua naturaleza, que intenta hacer uno solo de dos y sanar la naturaleza humana. Por tanto, cada uno de nosotros es un símbolo de hombre, al haber quedado seccionado en dos de uno solo, como los lenguados. Por esta razón, precisamente, cada uno está buscando siempre su propio símbolo. En consecuencia, cuantos hombres son sección de aquel ser de sexo común que entonces se llamaba andrógino son aficionados a las mujeres, y pertenece también a este género la mayoría de los adúlteros; y proceden también de él cuantas mujeres, a su vez, son aficionadas a los hombres y adúlteras. Pero cuantas mujeres son sección de mujer, no prestan mucha atención a los hombres, sino que están más inclinadas a las mujeres, y de este género proceden también las lesbianas. Cuantos, por el contrario, son sección de varón, persiguen a los varones y mientras son jóvenes, al ser rodajas de varón, aman a los hombres y se alegran de acostarse y abrazarse; éstos son los mejores de entre los jóvenes y adolescentes, ya que son los más viriles por naturaleza. Algunos dicen que son unos desvergonzados, pero se equivocan. Pues no hacen esto por desvergüenza, sino por audacia, hombría y masculinidad, abrazando lo que es similar a ellos. Y una gran prueba de esto es que, llegados al término de su formación, los de tal naturaleza son los únicos que resultan valientes en los asuntos políticos. Y cuando son ya unos hombres, aman a los mancebos y no prestan atención por inclinación natural a los casamientos ni a la procreación de hijos, sino que son obligados por la ley, pues les basta vivir solteros todo el tiempo en mutua compañía. Por consiguiente, el que es de tal clase resulta, ciertamente, un amante de mancebos y un amigo del amante, ya que siempre se apega a lo que le está emparentado. Pero, cuando se encuentran con aquella auténtica mitad de sí mismos tanto el pederasta como cualquier otro, quedan entonces maravillosamente impresionados por afecto, afinidad y amor, sin querer, por así decirlo, separarse unos de otros ni siquiera por un momento. Éstos son los que permanecen unidos en mutua compañía a lo largo de toda su vida, y ni siquiera podrían decir qué desean conseguir realmente unos de otros. Pues a ninguno se le ocurriría pensar que ello fuera el contacto de las relaciones sexuales y que, precisamente por esto, el uno se alegra de estar en compañía del otro con tan gran empeño. Antes bien, es evidente que el alma de cada uno desea otra cosa que no puede expresar, si bien adivina lo que quiere y lo insinúa enigmáticamente. Y si mientras están acostados juntos se presentara Hefesto con sus instrumentos y les preguntara: «¿Qué es, realmente, lo que queréis, hombres, conseguir uno del otro?», y si al verlos perplejos volviera a preguntarles: «¿Acaso lo que deseáis es estar juntos lo más posible el uno del otro, de modo que ni de noche ni de día os separéis el uno del otro? Si realmente deseáis esto, quiero fundiros y soldaros en uno solo, de suerte que siendo dos lleguéis a ser uno, y mientras viváis, como si fueráis uno solo, viváis los dos en común y, cuando muráis, también allí en el Hades seáis uno en lugar de dos, muertos ambos a la vez. Mirad, pues, si deseáis esto y estaréis contentos si lo conseguís.» Al oír estas palabras, sabemos que ninguno se negaría ni daría a entender que desea otra cosa, sino que simplemente creería haber escuchado lo que, en realidad, anhelaba desde hacía tiempo: llegar a ser uno solo de dos, juntándose y fundiéndose con el amado. Pues la razón de esto es que nuestra antigua naturaleza era como se ha descrito y nosotros estábamos íntegros. Amor es, en consecuencia, el nombre para el deseo y persecución de esta integridad.

viernes, 18 de abril de 2008

Los que nacieron un día que Dios estuvo enfermo

Los que nacieron un día que Dios estuvo enfermo.

por Lola Jiménez.


No sé que extraña razón convierte a los hombres en monstruos tan alejados de lo humano que produce un espanto ya indescriptible, pero la verdad es que da miedo levantarse cada día y pensar que estamos tan solos en el mundo como un inmigrante en su cayuco. Supongo que los políticos todo lo valoran desde el punto de vista de si algo “conviene o no conviene”, de si es “rentable o no rentable” como todo ciudadano de pro que se precie. ¿Los inmigrantes que llegan a Canarias o a las costas españolas interesan o no interesan? El Centro Canario recuerda que la inmigración irregular es un elemento “absolutamente distorsionador” para cualquier sociedad en el mundo, y el ministro Jesús Caldera cree que hay que ver la inmigración como un fenómeno “positivo” para España por su “importante aportación a la economía: mejora el empleo, crece el PIB y aumenta la renta per cápita.” Mientras tanto el mar está lleno de cadáveres, seres humanos que se lanzan al océano en busca de vida y acaban encontrando la muerte; hombres, mujeres y niños desesperados que se han lanzado valientemente y desnudos a vivir. Pero ¿a quién le interesan estos hombres y su drama? ¿Quién se para a pensar en la angustia desmesurada que deben sentir antes y durante el trayecto a este reino ideal europeo que se les convierte en un castillo cercado por murallas tremendamente descomunales? Unos quieren alzar las murallas, otros quieren abrir una puerta por la que entren de forma controlada sólo aquellos que sean necesarios y útiles para la economía española o europea. En esta sociedad todos somos producto de mercado y todo nos conduce a la pregunta de siempre: ¿Interesa que existan países “tercer mundistas”? ¿Es factible para Europa que sigan existiendo países llenos de inmigrantes dispuestos a perder la vida por vivir? Por lo visto tenemos que perpetuar nuestro maravilloso escaparate y debe seguir existiendo alguien que se muera por entrar a comprar.

Artículo publicado en SanlúcarInformación en la Semana del 31 de Agosto al 6 de Septiembre del
2006.

jueves, 17 de abril de 2008

Eco y Narciso






...Eco merece una digresión. Su alegría y parlachinería cautivaron a Júpiter; sorprendidos en adulterio por Juno, castigóla ésta a que jamás podría hablar por completo; su boca no pronunciaría sino las últimas sílabas de aquello que quisiera expresar. Pues bien, viendo Eco a Narciso quedó enamorada de él y le fue siguiendo, pero sin que él se diera cuenta. Al fin decide acercársele y exponerle con ardiente palabrería su pasión. Pero.. ¿Cómo podrá si las palabras le faltan? Por fortuna, la ocasión le fue propicia. Encontrándose solo el mancebo, desea darse cuenta de por dónde pueden caminar sus acompañantes y grita: "¿Quién está aquí?" Eco repite las últimas palabras "... está aquí". Maravillado queda Narciso de esta voz dulcísima de quien no ve. Vuelve a gritar: "¿por qué me huyes?" Eco repite: "... me huyes". Y Narciso: "¡juntémonos!" Y Eco: "...juntémonos". Por fin se encuentran. Eco abraza al ya desilusionado mancebo. Y éste dice terriblemente frío: " No pensarás que yo te amo..." Y Eco repite, acongojada: "...yo te amo". "¡Permitan los dioses soberanos -grita él- que antes la muerte me deshaga que tú goces de mí!"
Huyó, implacable, Narciso. Y la ninfa así menospreciada, se refugió en lo más solitario de los bosques. La consumía su terrible pasión. Deliraba. Se enfurecía. Y pensó: "¡ojalá cuando él ame como yo amo, se desespere como me desespero yo!"
Némesis, diosa de la venganza -y a veces de la justicia- escuchó su ruego. En un valle encantador había una fuente de agua extremadamente clara, que jamás había sido enturbiada ni por el cieno ni por los hocicos de los ganados. A esa fuente llegó Narciso, y habiéndose tumbado en el césped para beber, Cupido le clavó, por la espalda, su flecha... Lo primero que vio Narciso fue su propia imagen, reflejada en el propio cristal. Insensatamente creyó que aquel rostro hermosísimo que contemplaba era de un ser real , ajeno a sí mismo. Sí, él estaba enamorado de aquellos ojos que relucían como luceros, de aquellos cabellos dignos de Apolo. El objeto de su amor era... él mismo. ¡ Y deseaba poseerse! Pareció enloquecer... ¡No encontraba boca para besar! Como una voz en su interior le reprochó: "¡insensato!" "¿cómo te has enamorado de un vano fantasma? Tu pasión es una quimera, retírate de esa fuente y verás como la imagen desaparece. Y, sin embargo, contigo está, contigo ha venido, se va contigo... ¡y no la poseerás jamás!."
Alzó los brazos al cielo Narciso. Llorando. Tiróse los cabellos. Y gritó, blasfemo así: "Decidme selvas, vosotras que habéis sido testigo de tantos idilios apasionados... ¿por qué el amor es tan cruel para mí? Hace siglos que existís; decidme ¿visteis nunca un amor obligado a sufrir designios más rudos? Yo veo al objeto de mi pasión y no le puedo encontrar. No me separan de él ni los mares enormes, ni los senderos inaccesibles, ni las montañas, ni los bosques. El agua de una fontana me lo presenta consumido del mismo deseo que a mí me consume. ¡Oh pasión mía! ¡quienquiera que seáis, aproximaos a mí como a vos me aproximo! ¡Ni mi juventud ni mi belleza son causas para vuestro temor! Yo desdeñe el amor de todas las ninfas... No tengáis para mí el mismo desdén. Pero ¿si me amáis, por qué os sirvo de burla? Os tiendo mis brazos y me tendéis los vuestros. Os acerco mi boca y vuestros labios se me ofrecen. ¿Por qué permanecer más tiempo en el error? Debe ser mi propia imagen la que me engaña. Me amo a mí mismo. Atizo el mismo fuego que me devora. ¿Qué será mejor: pedir o que me pidan? ¡Desdichado de mí que no puedo separarme de mí mismo! A mí me pueden amar otros, pero yo no me puedo amar...¡Ay! El dolor comienza a desanimarme. Mis fuerzas disminuyen. Voy a morir en la flor de la edad. Mas no ha de aterrarme la muerte liberadora de todos mis tormentos. Moriría triste si hubiera de sobrevivirme el objeto de mi pasión. Pero bien entiendo que vamos a perder dos almas una sola vida."
Dicho esto, tornó Narciso a contemplarse en la misma fuente. Y lloró, ebrio de pasión, ante su propia imagen. Volvió a traslucir frases entrecortadas... ¿Quién? ¿Narciso? ¿Su imagen llorosa? "¿por qué me huyes? Espérame, eres la única persona a quien yo adoro. El placer de verte es el único que queda a tu desventurado amante."

Apolo y Dafne







Dafne, cuyo nombre significa "laurel"en griego, es una ninfa amada por Apolo que un día juró no pertenecer jamás a ningún varón.
Un día, Apolo la sorprendió escuchando su canto y se quedó enamorado de tal maravilloso susurro. Dafne al notar su presencia deja de cantar y queda inmóvil por el susto, mientras busca con ojos aterrados un escondite a su alrededor. El Dios Apolo la seduce con mágicas palabras de amor, ella le suplica que se detenga pero él es sordo a su ruego, entonces Dafne echa a correr, pero no tiene a donde huir. Indefensa, pide ayuda a la Tierra y ésta le oye; como salvación comienza a transformarse entre los brazos del Dios. Su suave piel se recubre de una corteza, sus uñas delicadas se alargan en hojas multiplicadas con mágica velocidad. Sus cabellos forman un denso ramaje, el rostro desaparece detrás de la corteza y el cuerpo se transforma en tronco.
Queda fijada con sus raíces hundidas en la tierra, rígida e inmóvil. Apolo abraza tristemente el árbol y entre lágrimas declara que ese árbol será consagrado a su culto. La más famosa de las obras inspirada en este relato mitológico es el grupo escultórico de Bernini, quien con su arte captó toda la angustia de la ninfa fugitiva.








El mito de Dánae
















Según se relata en la Metamorfosis de Ovidio (IV, 611-613), Dánae era hija de Acrisio, rey de Argos y de Eurídice. Este rey supo por un oráculo que su nieto le arrebataría el trono, por lo que decidió encerrar a su única hija en una torre de bronce con el fin de que no llegase a conocer a ningún hombre y por tanto impedir de esta manera llegar a tener una descendencia que con el tiempo pondría en peligro su vida.
Una vez Zeus se percató de la belleza y los encantos de la joven princesa prisionera, decidió poseerla. Para ello se metamorfoseó en lluvia de oro y entró en la torre en donde se encontraba Dánae.
Las razones de su cambio de forma habría que buscarlas tanto en su interés de no despertar las sospechas de su esposa Hera (que desde el engaño y muerte de Sémele, se ha convertido en una diosa celosa que despierta el miedo en las futuras amantes del padre de los dioses, ya que temen seguir su mismo destino), como en el interés de poder burlar la vigilancia de Acrisio.
Tras las relaciones de Zeus con Dánae, ésta queda embarazada y da a luz a Perseo. El rey de Argos, que no se cree la fecundación divina, manda que ambos sean arrojados al mar en un cofre. Finalmente arribarán en la isla de Céfiros donde serán salvados y recogidos por Dictis, hermano del tirano Polidectes. La leyenda latina, a diferencia de la griega, situará el desembarco en la costa del Lacio donde Dánae se casará con Pilumno y fundará la ciudad de Ardea.
Con el tiempo y después de algunas hazañas, Perseo herirá mortalmente, aunque sin quererlo, a Acrisio durante la celebración de unos juegos en el que el héroe lanzaba un disco. Cumpliéndose de esta manera la antigua profecía.