jueves, 11 de diciembre de 2008

ESTAMPAS MUSICALES DE LA MITOLOGÍA CLÁSICA



Para los antiguos griegos y romanos, los mitos y leyendas daban respuesta a numerosas cuestiones que de siempre han preocupado al hombre, cuestiones tales como los orígenes de la humanidad, cómo nacieron las artes o a quién se debe la invención de ciertos objetos o instrumentos. La música, como sucede en casi todas las culturas, ha jugado un papel importantísimo en la Antigüedad clásica. Nuestro propósito en estas líneas es rememorar ciertos episodios míticos en los que el arte de los sonidos se alza como telón de fondo.
Numerosos y de naturaleza muy diversa son los personajes míticos vinculados al mundo de la música: dioses, semidioses, héroes, sátiros y centauros aparecen en él ya sea como intérpretes, pedagogos o inventores de instrumentos.

Las Musas
Mousikós, en griego, se refiere a todo aquello relacionado con las Musas. Estas divinidades, hijas de Mnemósine y del gran Zeus, eran capaces de ver el futuro y tenían el poder de inspirar a los poetas. En total eran nueve hermanas y cada una patrocinaba un arte o un saber. Así Calíope, la de la bella voz, era la protectora de la oratoria y de la poesía épica; la gloriosa Clío, de la historia; Erato, la adorable, de la lírica; la deliciosa Euterpe, de la música; Melpómene, celebrada por sus cantos, de la tragedia; Polimnia, la cantora de himnos, de la pantomima; la floreciente Talía, de la comedia; la bailarina Terpsícore, de la danza; y Urania, la celeste, de la astronomía. Además, cuentan las leyendas que las Musas inventaron algunos instrumentos musicales: por ejemplo el bárbiton, una lira de largos brazos cuya construcción se atribuye a Melpómene; o la flauta, que algunos aseguran que inventó Euterpe. Terpsícore, Clío y Erato eran unas virtuosas de la cítara. Y también algo rencorosas ya que ellas fueron las responsables de la desgracia de Támiris, un poeta legendario y excelente intérprete de la lira que presumía ser mejor que las propias Musas. Dispuesto a competir con ellas, su arrogancia lo llevó a pretender acostarse con todas si conseguía el triunfo; y claro, las Musas no le perdonaron su osadía: le hicieron enmudecer y perder la memoria y, por si fuera poco, le dejaron ciego. Por cierto, se dice que este Támiris fue el primero en enamorarse de alguien
de su mismo sexo y que bebía los vientos por el hermoso Jacinto; aunque otras tradiciones revindican ese mérito para Orfeo.

Hermes
Una divinidad muy importante para la música fue el dios Hermes, también conocido por Mercurio. Por su habilidad para los tratos fue nombrado mensajero de los dioses; y como era muy embustero y farsante, y también amigo de lo ajeno, se hizo acreedor del dudoso honor de ser el patrón de los mentirosos y los ladrones. Era hijo de Maya y de Zeus, el dios de dioses, un padre prolífico como podrá verse de aquí en adelante e incapaz de sustraerse a los encantos femeninos. Parecerá increíble, pero el mismo día de su nacimiento Mercurio ya estaba haciendo de las suyas pues no tardó mucho en saltar de la cuna y robarle al mismísimo Apolo una manada de vacas. El enfado que cogió el rubio dios de la poseía, muy conocido por su destreza con el arco, fue de aúpa. Sin embargo, el niñito se las arregló para calmarlo. Resulta que ese mismo día, en la puerta de su gruta vio una tortuga que comía hierba tranquilamente. De pronto, se le encendió una luz y atrapando al animal se lo llevó con él. Ya en su casa, le dio muerte y vació toda la carne
ayudándose de un pincho; atravesó el caparazón con dos cañas y las sujetó por arriba con un yugo; tensó alrededor de la concha una piel de vaca, añadió una pieza que sirviera de puente y pasó por ella siete cuerdas de tripa de oveja y, para asombro de todos, construyó la primera “tortuga musical”, que era como los griegos acostumbraban a llamar a la lira en recuerdo de su origen. La verdad es que Hermes dio muestras de un gran ingenio. Aunque también hay quien quiere restarle mérito y afirma que todo fue fruto de la casualidad y que lo que sucedió realmente es que se encontró con el caparazón vacío de una tortuga en el que aún pendían unos tendones que al pulsarlos produjeron unos graciosos sonidos. Sea como fuere, nada más escuchar los sones de este instrumento, Apolo se encaprichó de él; y Hermes se lo regaló compensando de este modo el robo de las vacas. Pero no acaba aquí la cosa pues, al poco tiempo, mientras apacentaba las vacas, se construyó un caramillo, una especie de pequeña flauta de agudos sones, que nada
más verla y oírla Apolo también la quiso para él. A cambio le regaló a Hermes el caduceo, una varita de oro que junto con el petaso, una especie de sombrero, y las alas de sus sandalias constituyen el vestuario de este dios ladronzuelo y de vivo ingenio. Por su parte, el rubio Apolo se convirtió de inmediato en un magistral intérprete de la lira aunque, como comprobaremos después, era un tanto picajoso.

Palas Atenea
La Minerva de los romanos, era una diosa augusta y virginal, amante de la lucha y protectora de los guerreros, pero también sensible y cultivada: no en vano era la patrona de la inteligencia y de las artes manuales. Y también hizo sus pinitos en el arte musical. A ella se debe, según algunas fuentes, la invención del aulós, una especie de oboe, que se solía tocar a pares. Presentó el instrumento en una reunión de dioses pero, a pesar de que su sonido complacía a la mayoría, observó que algunos se burlaban de ella. Cuando estuvo a solas volvió a tocar y al ver su imagen reflejada en un espejo comprendió porqué se reían: su rostro adquiría una expresión fea y deforme, amoratado y con los carrillos hinchados. Entonces, malhumorada, agarró el aulós y lo arrojó lejos de sí maldiciendo además al que lo encontrara.

Marsias
Y quiso el azar que viniera a caer en manos del sátiro Marsias, un ser mitad hombre, mitad macho cabrío que feliz por el hallazgo no intuyó el funesto fin que su uso le depararía. La verdad es que se prendó del instrumento, pues sin apenas hacer nada producía unas maravillosas melodías. Ya se veía a sí mismo convertido en un famoso músico y, claro, la soberbia lo cegó. Al desgraciado no se le ocurrió otra cosa que retar a un duelo musical nada menos que al mismísimo Apolo.

Apolo
El rubio dios era hijo de Leto y de Zeus -que, como puede observarse, no perdía ocasión de perpetuarse-, y hermano gemelo de la diosa Ártemis, la Diana de los romanos. Enterado de las intenciones de Marsias, al principio se ofendió, pero aceptó el desafío. Y con una astucia no exenta de crueldad, puso unas condiciones a las que el infeliz sátiro no debiera haberse sometido. Pues convinieron, en primer lugar, que el vencedor hiciera lo que quisiera con el vencido. Y además, en busca del más difícil todavía, el ladino Apolo propuso que tocaran dándole la vuelta al instrumento. Esto, con la lira, no resultó especialmente difícil; pero cuando Marsias quiso hacer lo mismo con el aulós no pudo obtener sonido alguno y, ateniéndose a la primera condición que otorgaba al vencedor decidir la suerte del vencido, Apolo lo colgó de un pino y lo despellejó vivo. Eso en castigo por su atrevimiento y osadía.

Lino y Hércules
La verdad es que en aquellos tiempos había que tener mucho valor para sermúsico pues por un quítame allá esas pajas uno podía perder la vida. Tal le ocurrió al pobre Lino, un músico encargado de enseñar al famoso Hércules el arte de la lira. Parece ser que el héroe, tan forzudo y diestro con sus puños, no lo era tanto en los estudios. El caso es que recibía frecuentes regañinas de su maestro Lino y algún que otro coscorrón. Hasta que un buen día el bruto de Hércules, todo un carácter, se cansó y cogiendo la lira del maestro se la estrelló en la cabeza causándole la muerte.

Quirón
Por cierto que el propio Hércules fue el causante de la muerte de otro famoso músico y pedagogo, el centauro Quirón, que fue maestro entre otros de Acteón, Jasón y el famoso Aquiles; si bien en esta ocasión no hubo mala fe pues todo sucedió sin querer, cuando el forzudo héroe hirió accidentalmente al sabio y
pacífico centauro con una flecha envenenada.

Pan
Probablemente, la victoria que obtuvo Apolo sobre Marsias otorgó confianza al dios en sus posibilidades como músico y lo animó a participar en otros certámenes musicales. Sabemos que poco después se enfrentó a Pan, también conocido con los nombres de Fauno o Silvano, un dios pastoril de apariencia humana pero que tenía pezuñas, cuernos y orejas de macho cabrío. Este dios vivía en la Arcadia y a él lo culpaban los pastores de las estampidas del ganado, cuando las reses huían alocadas de no se sabía bien qué (presas del “pánico”). Cuentan que el dios Pan fue el inventor de la siringa o “flauta de Pan”, un instrumento que fabricó tras un desafortunado lance amoroso.

Siringe
Pan se había enamorado de la náyade Siringe, pero ella no le correspondía. Más bien le tenía miedo de forma que, cuando lo venía venir, ponía pies en polvorosa. Huyendo de él, llegó un día hasta la orilla del río Ladón, un río de la Arcadia, y allí, ya casi en su brazos y viéndose perdida, se transformó en cañas. Cortando algunas de ellas, unió tubos de distinto largo y grosor, y así construyó Pan la siringa que tomó el nombre de la desafortunada náyade.

Midas
Pues bien, como decíamos, Apolo y Pan se batieron en duelo con el único propósito de poner en claro quién era mejor músico. Por mayoría, los jueces otorgaron el triunfo a Apolo, aunque no sabemos si, conocedores de lo acontecido con Marsias, lo hicieron temerosos de despertar las iras del furibundo dios. Aunque no todos estaban de acuerdo con tal decisión. O, al menos, no lo estuvo y así lo manifestó Midas, aquel legendario rey de Frigia que tuvo el extraño y engorroso poder de convertir en oro todo lo que tocaba. Apolo no perdonó la afrenta y en castigo, alargó las orejas de Midas hasta hacerlas semejantes a las de un asno. El rey, avergonzado, ocultaba su deformidad con unos turbantes y sólo su peluquero conocía el secreto, que no se atrevía a revelar por miedo a la furia de Midas. Con el tiempo el secreto comenzó a agobiar al pobre peluquero que no podía soportar tan pesada carga de forma que, incapaz de callarlo por más tiempo, se acercó un buen día a las orillas de un río, cavó un hoyo y, acercando la boca a él, dejó escapar entre susurros la verdad que tanto le quemaba. Aliviado con la confesión, cubrió con arena el hoyo y se marchó del lugar. Pero poco después crecieron unas cañas que con la brisa del viento silbaron el secreto, y así todo el mundo tuvo noticia de las enormes orejas que Midas escondía bajo el turbante.

Dioniso
También conocido por Baco, es el dios de la embriaguez y del frenesí; dirige los coros de esas mujeres desenfrenadas que son las Bacantes, y celebra con su flauta frigia la alegría de la naturaleza. Nacido de la unión de Sémele y Zeus –un viejo verde como habrá podido comprobarse- se cuenta que recibió de la diosa
Cibeles, a la que representan coronada de torres y subida a un carro tirado por leones (y tan conocida por los seguidores del Real Madrid), las enseñanzas necesarias para organizar los rituales orgiásticos así como los instrumentos apropiados para celebrarlos: el aulós, el týmpanon, los platillos, los crótalos y demás instrumentos de percusión.

Los Coribantes
Por cierto que hay quien afirma que fueron los Coribantes, unos sirvientes de la diosa Cibeles, los inventores del týmpanon, una especie de pandero que, junto con el aulós, es el instrumento que se utilizaba en las fiestas en honor de Baco.

Anfíon
Ya próximos al final queremos recordar a otros dos famosos músicos que pasaron a la posteridad por los mágicos sones de sus melodías. El primero de ellos es Anfíon (o Anfión), hermano gemelo de Zeto, hijos ambos de Antíope y -¿adivinan?- de Zeus. De Anfíon, que era un excelente intérprete de la lira, instrumento que junto con las primeras lecciones recibió del dios Hermes, es conocidísimo el episodio que narra cómo construyó las murallas de Tebas sin más que tocar su lira, pues las piedras, hechizadas, se apilaron por sí solas atraídas por la fuerza de la música. Por cierto que este relato recuerda el de Josué que, aunque buscando el efecto contrario, consiguió derribar las murallas de Jericó con la ayuda de siete trompetas y del griterío del pueblo.

Orfeo
El segundo personaje tiene una importancia trascendental para el mundo de la música. Se trata de Orfeo, hijo de Eagro, un rey de Tracia, y de la musa Calíope: siendo hijo de ésta no es de extrañar que fuera un maravilloso músico y se podría afirmar aquello de que de casta le viene al galgo. Con el poder de su lira y de su cantos atraía a los árboles, a los animales y a las mismísimas piedras que acudían embelesadas a escucharlo; hasta los ríos detenían su curso. Sabemos que Orfeo participó en la conocida expedición de los argonautas acompañando a Jasón en busca del vellocino de oro, y que los tripulantes de la nave Argos se libraron del maléfico poder de seducción de las Sirenas sólo gracias a los cantos del poeta tracio, que sobrepasaban en belleza y en poder a los de aquellas. No obstante, a Orfeo se le conoce mayormente por el famosísimo episodio que protagonizara al descender a los infiernos para rescatar a su esposa Eurídice.
Orfeo y Eurídice se profesaban mutuo amor y, por tanto, decidieron casarse. Pero quiso la fatalidad que en plena celebración apareciera un tal Aristeo, también enamorado de Eurídice, con la fea intención de raptarla. La pobre intentó escapar pero en su huida una serpiente venenosa le mordió en un pie causándole la muerte. Desesperado, Orfeo decidió bajar a las mismísimas moradas del tenebroso abismo de donde nunca nadie pudo regresar. En los infiernos reinaban Hades y Perséfone (o Plutón y Prosérpina). Ambos quedaron subyugados por el poder de los cantos de Orfeo y los deliciosos sones de su lira. Hechizados como estaban accedieron a los ruegos del infortunado y consintieron en permitir que Eurídice regresara con él a la tierra de los vivos. Eso sí, con la condición de que Orfeo no volviese la cabeza para mirar a su esposa hasta haber alcanzado la salida. Pero impaciente Orfeo, ya sintiendo próxima la luz del sol, no pudo evitar la tentación y giró la cabeza justo para ver como el fantasma de su esposa desaparecía para siempre.

La constelación de la Lira
Destrozado por el dolor se alejó del mundo y rehuyó el contacto con la gente y, a pesar de numerosas propuestas, no quiso casarse de nuevo. Tal vez por ello unas mujeres tracias, al sentirse rechazadas, lo asesinaron y descuartizando su cuerpo lo arrojaron a un río. Cuentan que aún entonces la cabeza decapitada de Orfeo profería lamentos suspirando por su Eurídice y que de su lira se escapaban quejumbrosos sones. Tras la luctuosa muerte del poeta tracio su lira fue catasterizada por Zeus y surgió de este modo en el firmamento la constelación de la Lira, emblema insigne de los músicos.

Neanto
Pero antes de ello, y según cuentan ciertas leyendas, la lira de Orfeo llegó a manos de un tal Neanto, quien maravillado por las propiedades de la lira, capaz de encantar a fieras y plantas y que, aun muerto su dueño, seguía sonando sin que nadie la pulsase, quiso hacerse con ella y emular al gran músico: y a fe cierta que
lo consiguió pues, aunque los sones que arrancó del instrumento no llegaron a fascinar nadie, sí que atrajeron a unos perros que abalanzándose sobre el desdichado acabaron por despedazarlo, sufriendo por tanto un tormento similar al de su ídolo. No pudo vivir como él, pero murió como él. Y ahora, una pequeña broma final, ¿Alguien conoce cómo nació la música? Cuentan, y esto ya entra en la mitología del chiste, que el emperador Nerón estaba tan obsesionado por aprender a tocar la lira, que se hizo con los servicios de un
profesor particular. Pasaba largas horas ensayando, pero cierto día, cansado ya de practicar sin obtener los resultados esperados, comenzó a sacudir con fuerza la lira mientras gritaba fuera de sí: TIRO LA LIRA, TIRO LA LIRA... y así, se inventó la Música.


BIBLIOGRAFÍA BÁSICA

GRIMAL, P. Diccionario de mitología griega y romana. Barcelona: Paidós 1994.
RUIZ DE ELVIRA, A. Mitología clásica. Madrid: Gredos, 1982.
FALCÓN MARTÍNEZ C. y otros Diccionario de la mitología clásica. Madrid: Alianza Editorial, 1980.


LECTURAS RECOMENDADAS

Sobre las Musas y Támiris
Apolodoro, Biblioteca I 3 ,1 y ss. Cf. Ovidio, Metamorfosis X 83-85.

Sobre Hermes
Himno homérico IV (a Hermes) 25 y ss; Ovidio, Metamorfosis II 685 y ss.; Apolodoro, Biblioteca III 10; Luciano, Diálogo de los dioses XI, 4.

Sobre Atenea, Apolo y Marsias
Ovidio, Fastos VI 696 y ss. y Metamorfosis VI 383 y ss.; Apolodoro, Biblioteca I 4, 2; Pausanias, Descripción de Grecia I 24, 1

Sobre Apolo, Pan y Midas
Ovidio, Metamorfosis XI 153 y ss.

Sobre Hércules y Lino
Apolodoro, Biblioteca II 4, 9

Sobre los Coribantes
Eurípides, Bacantes 120 y ss.

Sobre Anfíon
Apolodoro, Biblioteca III 5, 5; Pausanias, Descripción de Grecia IX 5, 7 y ss

Sobre Orfeo
Virgilio, Geórgicas IV 454 y ss; Ovidio, Metamorfosis X 8 -86. y XI 1-66.

Sobre Neanto
Luciano, Contra un ignorante, 11-12



(Artículo publicado en la revista Eufonía nº 31. Editorial Graó: Barcelona, 2004)
José Francisco Ortega Castejón

1 comentario:

Anónimo dijo...

Leído el post, es imposible negar que la música es algo divino; aunque, pensándolo bien, tan solo escuchando una buena obra puede llegarse a esta conclusión.

Un abrazo.