miércoles, 6 de agosto de 2008

MITOLOGÍA CLÁSICA I


¿Qué es un mito y por qué surge el mito?
El término mito significa palabra, fábula o narración. Se entiende, pues, por mito un relato fantástico, fabuloso y ejemplar con intervención de personajes extraordinarios (dioses, héroes, gigantes, etc.) que sucede en un pasado prestigioso y lejano y que pertenece a la memoria colectiva de una comunidad. El mito da respuesta de una forma poética a las cuestiones y situaciones fundamentales del hombre remitiendo a hechos anteriores a la historia. El mito surge cuando el hombre empieza a desarrollar las facultades que le distinguen del resto de animales y, junto a las necesidades fisiológicas básicas, siente otra: la de comprender el mundo que le rodea y saber su papel dentro de ese mundo. Así va a salir del irracionalismo hacia el pensamiento y la consciencia. En este verdadero amanecer del hombre como ser inteligente se sucedieron diversas etapas, entre las que los mitos ocupan un lugar importante, junto a la magia y el ritual, prácticas todas ellas dotadas de un significado religioso. Mientras que la magia se basa en la atribución de virtualidades ocultas a determinados objetos o personas, y el rito se centra en la repetición de diversos gestos, movimientos y ceremonias, a fin de conseguir efectos concretos, los mitos suponen un despegue hacia lo conceptual: la representación de los orígenes y transformaciones del mundo y de la sociedad mediante narraciones de carácter sagrado. En el pueblo griego, esta actividad desembocó en la aparición del pensamiento racional, revolución que se produjo en el siglo VI a. C. y que supuso el inicio de la reflexión científica sobre el Universo y, en definitiva, el nacimiento de la filosofía y de la ciencia. Así pues, lo que primero era contrario: mythos (palabra)/logos (razón) termina siendo una propiciadora y conditio sine qua non de la otra.

Los mitos suelen clasificarse según su contenido en:

· cosmogónicos, si intentan explicar la creación del mundo.
· teogónicos, si se refieren al origen de los dioses.
· antropogénicos, relativos a la aparición del hombre.
· etiológicos, si tratan de explicar el porqué de instituciones políticas, sociales o religiosas.
· escatológicos, si se refieren a la vida de ultratumba y al fin del mundo.
· morales, cuyo contenido suele referirse a la lucha entre principios contrarios, el bien y el mal, ángeles y demonios, etc.

La civilización de la Hélade ofrece una de las mitologías más ricas de todas las culturas antiguas, cuya huella aún hoy se deja sentir con fuerza en el mundo occidental. En la etapa más primitiva la religión griega fue popular y agraria, heredera de una fase anterior mágica y animista en la que los dioses y los espíritus habían tenido forma animal (serpiente, toro) o de objetos inanimados (encina, piedra). Estas divinidades controlaban la fertilidad de los campos y la del hombre y era preciso captar su benevolencia. Luego hubo una etapa intermedia en la que aparecen seres mitad animal y mitad hombre, como los centauros, sirenas, esfinges, hasta que en una etapa posterior la religión griega se vuelve antropomórfica, cuando se produce el sincretismo entre los dioses indoeuropeos y los dioses autóctonos de la cultura mediterránea. En los primeros textos literarios griegos, en Homero y sobre todo en la Teogonía de Hesíodo, aparece reinando sobre el mundo un conjunto de dioses de forma humana cuyo rey es Zeus y cuya morada está en el monte Olimpo, la única montaña de la Hélade que tenía la cima cubierta de nieves perpetuas y envuelta en una espesa niebla que la ocultaba a los ojos de los mortales.

Estos dioses griegos tenían sentimientos humanos como la cólera, el amor o la envidia. Polemizaban entre sí y tomaban parte en las guerras de los hombres. Su aspecto era similar al de los restantes mortales: así se les ve en la asamblea de dioses o en los frisos del Partenón, donde se observan unos dioses olímpicos que más bien tienen apariencia de ciudadanos corrientes, sentados en una actitud tranquila y apacible. Eran inmortales y estaban dotados de impasibilidad o carencia de enfermedades y eterna juventud. Se alimentaban de néctar y ambrosía. Eran aficionados a los banquetes y comían en mesas de oro. De gran poder, pero no omnipotentes (ni siquiera Zeus) estaban sometidos al destino, a la Moira. Sus relaciones con los hombres estaban presididas por una especie de pacto: a cambio de un culto específico, cada uno de ellos protegía a su ciudad.

EL ORIGEN. EL MITO DE LA SUCESIÓN

Al principio existió el Caos, después Gea, el tenebroso Tártaro y Eros, “el más hermoso de los dioses inmortales, que afloja los miembros y subyuga el corazón”. Gea, la Tierra (Tellus en Roma), engendró en primer lugar a Urano, el Cielo, y también el mar y las montañas.

Gea y Urano engendraron la primera generación divina: los tres Cíclopes, “de corazón soberbio”, relacionados con el rayo y con un solo ojo en medio de la frente, los tres Hecatónquiros o Centimanos, de cien brazos robustos, y doce dioses, seis Titanes y seis Titánides. El más joven era Cronos, identificado con Saturno por los romanos.

La castración de Urano
Urano odiaba a sus hijos y a medida que nacían los obligaba a vivir en las entrañas de su madre, Gea, sin ver la luz. Ella estaba desesperada y pidió venganza a sus hijos. Cronos se comprometió a ayudarla. Gea recibió la sangre de Urano y fecundada por ella engendró a las Erinias o Furias vengadoras que persiguen a los criminales, a los Gigantes y a las Ninfas Melias. Los genitales de Urano cayeron al mar donde engendraron a Afrodita, la diosa del amor. Al llegar desnuda a una playa de Chipre impulsada por el Céfiro, las Horas la recibieron, la ataviaron con ricos vestidos y la llevaron al Olimpo junto a los demás dioses.

Cronos y Rea
Cronos sucedió a su padre y se unió a su hermana, la titánica Rea o Cibeles que dio a luz a la segunda generación de dioses: Hestia o Vesta, Deméter o Ceres, Hera o Juno, Hades o Plutón, Posidón o Neptuno.

Nacimiento de Zeus
Cuando estaba a punto de dar a luz al más pequeño, Zeus o Júpiter, Rea se dirigió a la isla de Creta y allí tuvo a su hijo a escondidas en una cueva. Una vez crecido Zeus decidió vengarse con la ayuda de la titánica Metis.

La Titanomaquia
Los hermanos de Zeus, después de volver a la vida, le ayudaron a luchar contra Cronos y sus hermanos, los Titanes. Después de diez años de guerra, Gea les vaticinó la victoria si liberaban a los Cíclopes, que estaban prisioneros en el Tártaro. A su jefe, Atlas, le dieron un castigo especial: sostener el mundo sobre sus hombros. Los vencedores se repartieron el poder.

La Gigantomaquia
Gea, la Tierra, indignada por la suerte de los Titanes engendró a los Gigantes para que vengaran la afrenta. A los dioses les habían vaticinado que no vencerían si un mortal no peleaba a su lado. Heracles los ayudó. Todos los dioses lucharon valientemente y mataron a muchos gigantes. Zeus fulminó a los restantes y Heracles remató con sus flechas a los moribundos.

La Tifonomaquia
Después de la derrota de los Gigantes, Gea no se dio por vencida y uniéndose a Tártaro engendró a un hijo terrible, Tifón, para vengarse. Asustados los dioses huyeron del Olimpo y se metamorfosearon en diferentes animales. Zeus se enfrentó a él con una hoz y le disparó sus rayos pero Tifón lo inmovilizó con sus espirales, le cortó los tendones de las manos y los pies y lo encerró en una cueva. Finalmente Hermes y Pan lo liberaron y le pusieron de nuevo los tendones. Zeus recobró la fuerza y con sus rayos persiguió a Tifón hasta que logró vencerlo.

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