miércoles, 6 de agosto de 2008

Dido y Eneas o la imposibilidad del amor (libro IV de la Eneida)


Publio Virgilio Marón constituye una de las cimas de la literatura latina, siendo uno de los autores clásicos que ejerció en la literatura posterior una influencia más duradera y permanente. Junto con Horacio y Ovidio personifica la edad de oro que para la poesía fue la época de Augusto. Virgilio dedica los diez últimos años de su vida, del 29 al 19 a. de C.- a escribir la Eneida, un poema épico en hexámetros que iba a eclipsar todas las obras épicas precedentes de escritores romanos e iba a fijar las características del género para los escritores épicos posteriores. En este poema se ensalza el origen y crecimiento del poder romano. Ciertamente por los años en que Virgilio comienza a escribir la Eneida se producen los hechos centrales que inician el principado de Augusto.
El tema central del poema es la leyenda de Eneas, el héroe troyano que sobrevivió por mandato de los dioses a la destrucción de Troya y, tras un largo viaje, fundó un asentamiento troyano en Italia. La intencionalidad política de la Eneida es evidente ya en la elección del tema. Escogiendo la leyenda de Eneas como fundador de Roma, Virgilio relacionaba ésta definitivamente con la cultura griega. Por otra parte, se hacía descender "la gens Iulia", a la que Augusto pertenecía, de Iulo, el hijo de Eneas; de esta forma, como según la leyenda Eneas era hijo de la diosa Venus, se establecían unos orígenes divinos para el emperador. Virgilio presentaba así el régimen de Augusto como el heredero natural del glorioso pasado romano: Roma y Augusto quedaban de esta manera identificados de forma mucho más sutil y eficaz.
Como obra literaria la Eneida es un poema de una extraordinaria complejidad. Sin duda Virgilio se inspiró en los poemas homéricos, pero al mismo tiempo, abandonando su primera vinculación con los "poetae novi", se aproxima a la épica arcaica de Ennio y de Nevio, que habían ensalzado a los héroes de su historia nacional mezclando hechos históricos con aspectos legendarios. Virgilio logra unir en el poema el presente y el pasado, la historia y la leyenda con gran habilidad.
El libro IV es el libro del amor. Dido y Eneas se han enamorado, pero su amor no es posible y acaba finalmente con la partida de Eneas y el suicidio de Dido. Amor y muerte, los dos grandes temas de la literatura. La muerte es la certidumbre, la única que todo hombre posee, lo que nos hermana a todos. El amor es el mayor poder que tenemos para, en la medida de nuestras posibilidades, vencer, aún temporalmente, a la muerte. Así lo expresaba también el gran poeta Pedro Salinas en Largo Lamento:

No hay más invierno que la soledad.
Lo que funde la nieve es un amor
que se sirve del sol como su intérprete.
Toma mi mano, acéptame este modo
sencillo de abolir, al mismo tiempo,
invierno y soledad, llamado amarse.

Lo más intenso que tenemos a nuestra disposición para sentirnos vivos es el amor. La muerte llegará, pero cuando lo haga nos encontrará bien agotados de habernos comido la vida a bocados. (Carpe diem, como ya sabemos).
Se ha visto muchas veces en el episodio de Dido y Eneas el enfrentamiento entre el placer y el deber, entre el mundo privado y el público, el amor y la política. El mundo de los hombres, de la política y de la guerra, prevalecerá y condenará a Dido, la mujer (o al hombre que no siga los comportamientos virtuosos- no podemos olvidar a Paris en la Ilíada, símbolo del hombre feminizado, blando y entregado al amor de Helena-). El mundo de los hombres condenará a la mujer a un lugar secundario, a la catástrofe, a la tragedia si no acepta su papel marginal. Es otra vez, a 800 años de distancia, el diálogo entre Héctor y Andrómaca.
Pero hay otra lectura más profunda y sutil que Virgilio parece transmitir, la de la imposibilidad del amor, el inconveniente de la incomunicación. El tema de fondo es el lenguaje humano. Gorgias, el filósofo y retórico sofista, había señalado que el lenguaje no era apto para la comunicación. Sólo era capaz de actuar sobre el otro, una forma de poder. El origen el habla humana son los demostrativos, los vocativos y los imperativos. Dido se enamora de Eneas al oírle contar sus hazañas; es por el lenguaje, por las palabras de Eneas, por lo que Dido arde de pasión. A su vez nuestra protagonista no para de hablar. Nada menos que nueve discursos, dos de ellos a Eneas frente a uno sólo de él a ella. Pero Dido, a pesar de sus múltiples intentos no logra convencer a Eneas. Apela al chantaje emocional, de mujer abandonada tras haberlo arriesgado todo por el hombre, como Ariadna o Medea. Le insulta, llama desagradecido al que siempre cumple con sus obligaciones. Llega incluso a amenazarle con quitarse la vida para que Eneas se quede. Suplica, se humilla. Todo inútil. Eneas sólo le lanza un breve discurso, técnico y frío donde intenta, de manera pretendidamente racional, hacerle ver a Dido su motivos. Inútil también. Es imposible la comunicación entre los dos. Ni hablar ni permanecer en silencio logra evitar el dolor. Viven en mundos diferentes que son incomunicables.



1- Dido consumida de amor. (VV. 1-5).


At regina, gravi iamdudum saucia cura,
Vulnus alit venis, et caeco carpitur igni.
Multa viri virtus animo multusque recursat
Gentis honos; haerent infixi pectore vultus
Verbaque, nec placidam membris dat cura quietem.


Mas la reina hace tiempo, atormentada de grave cuidado,
con sangre de sus venas alimenta su herida y ciego ardor la devora.
El gran valor del héroe acude a su ánimo y la gloria
muy grande de este pueblo; se clavan en su pecho sus rasgos
y palabras y no deja el cuidado a su cuerpo el plácido descanso.


2- Se produce el encuentro de los dos amantes refugiándose del temporal en una gruta. Retrato de la monstruosa Fama. (VV. 160-188).

Entretanto el cielo de terrible rugido empieza
a llenarse, sigue una tormenta mezclada con granizo
y el séquito tirio, dispersado, y la juventud troyana
y el dardanio nieto de Venus asustados buscaron
los techos de todos los campos; ríos bajan corriendo del monte.
A la misma gruta Dido y el caudillo troyano
acuden. La Tierra, la primera, y Prónuba Juno
dan la señal; brillaron los fuegos y cómplice el aire
del casamiento en su alta cumbre ulularon las Ninfas.
Aquél fue el primer día de la muerte y la causa primera
de las desgracias; pues ni de apariencias ni de opinión se deja
llevar Dido ni planea ya un amor a escondidas:
casamiento lo llama, con este nombre esconde su culpa.


Se echa a andar al punto la Fama por las ciudades libias,
la Fama: más rápido que ella no hay mal alguno;
en sus movimientos se refuerza y gana vigor según avanza,
pequeña da miedo al principio, al punto se lanza al aire
y camina por el suelo y oculta su cabeza entre las nubes.
A ella la madre Tierra, irritada de ira contra los dioses,
la última, según dicen, hermana de Encélado y de Ceo,
la parió veloz de pies y ligeras alas,
horrendo monstruo, enorme, con tantas plumas en el cuerpo
como ojos vigilantes debajo (asombra contarlo),
como lenguas, como bocas le suenan, como orejas levanta.
Vuela de noche estridente entre el cielo y la tierra
por la sombra, y no rinde sus ojos al dulce sueño;
de día se sienta, vigilante, o en lo alto de un tejado
o en las torres elevadas, y amedrenta a las grandes ciudades,
mensajera tan firme de lo falso y lo malo cuanto de la verdad.

3- Dido se dirige a Eneas y le insulta por su marcha. Le amenaza con suicidarse. (VV. 305-324).
«¿Es que creías, pérfido, poder ocultar
tan gran crimen y marcharte en silencio de mi tierra?
¿Ni nuestro amor ni la diestra que un día te entregué
ni Dido que se ha de llevar horrible muerte te retienen?
¿Por qué, si no, preparas tu flota en invierno
y te apresuras a navegar por alta mar entre los Aquilones,
cruel? ¿Es que si no tierras extrañas y hogares
desconocidos buscases y en pie siguiera la antigua Troya,
habrías de ir a Troya en tus naves por un mar tempestuoso?
¿Es de mí de quien huyes? Por estas lágrimas mías y por tu diestra
(que no me he dejado, desgraciada de mí, otro recurso),
por nuestra boda, por el emprendido himeneo,
si algo bueno merecí de tu parte, o algo de la mía
te resultó dulce, ten piedad de una casa que se derrumba,
te lo ruego, y abandona esa idea, si hay aún lugar para las súplicas.
Por tu culpa los pueblos de Libia y los reyes de los númidas
me odian, en contra tengo a los tirios; también por tu culpa
perdí mi pudor y con lo que sola caminaba a las estrellas,
mi fama primera. ¿A quién me abandonas moribunda, mi huésped
(que sólo esto te queda de tu antiguo nombre de esposo)?


4-Eneas le responde de una manera fría y racional que su amor es su patria, la nueva patria prometida por los dioses después de la destrucción de Troya y que él ha de encontrar para los suyos. (VV. 331-346).


Él no apartaba sus ojos de los mandatos
de Júpiter y a duras penas ocultaba el dolor en su corazón.
Responde por fin en pocas palabras: «Yo a ti de cuanto
puedas decir, reina, nunca te negaré
merecedora, ni me avergonzará acordarme de Elisa
mientras de mí mismo tenga memoria, mientras un hálito gobierne mis miembros.
Poco añadiré en mi defensa. Ni yo traté de ocultar mi huida
con una estratagema (no inventes), ni nunca del esposo
te ofrecí las antorchas o me comprometí a pacto tal.
Yo, si mis hados me permitieran guiar mi vida
según mis deseos y buscar mis propias preocupaciones,
habilitaría primero la ciudad de Troya y las dulces
reliquias de los míos, en pie seguirían las altas moradas
de Príamo y por mi mano habría levantado de nuevo Pérgamo para los vencidos.
Pero he aquí que Apolo Grineo a la grande Italia,
a Italia las suertes licias me ordenaron marchar;
ése es mi amor, ésa mi patria.

5- Dido vuelve a insultar a Eneas. (VV. 362-380).


Hace rato le mira mientras habla con malos ojos,
los revuelve aquí y allá, y todo lo recorre
con silenciosa mirada y así estalla por último:
«Ni una diosa fue el origen de tu raza ni desciendes de Dárdano,
pérfido, que fue el Cáucaso erizado de duros peñascos
quien te engendró y las tigresas de Hircania te ofrecieron sus ubres.
Pues, ¿por qué disimulo o a qué faltas mayores me reservo?
¿Es que se ablandó con mi llanto? ¿Bajó acaso la mirada?
¿Se rindió a las lágrimas o tuvo piedad de quien tanto le ama?
¿Qué pondré por delante? ¡Si ya ni la gran Juno
ni el padre Saturnio contemplan esto con ojos justos!
No hay lugar seguro para la lealtad. Arrojado en la costa,
lo recogí indigente y compartí, loca, mi reino con él.
Su flota perdida y a sus compañeros salvé de la muerte
(¡ ay, las furias encendidas me tienen!), y ahora el augur Apolo
y las suertes licias y hasta enviado por el propio Jove
el mensajero de los dioses le trae por las auras las horribles órdenes.
Es, sin duda, éste un trabajo para los dioses, este cuidado inquieta
su calma. Ni te retengo ni he de desmentir tus palabras:
vete, que los vientos te lleven a Italia, busca tu reino por las olas.


6-Dido se quita la vida. (VV. 641-671).

Mas Dido, enfurecida y trémula por su empresa tremenda,
volviendo sus ojos en sangre y cubriendo de manchas
sus temblorosas mejillas y pálida ante la muerte cercana,
irrumpe en las habitaciones de la casa y sube furibunda
a la pira elevada y la espada desenvaina
dardania, regalo que no era para este uso.
En ese momento, cuando las ropas de Ilión y el lecho conocido
contempló, en breve pausa de lágrimas y recuerdos,
se recostó en el diván y profirió sus últimas palabras:
«Dulces prendas, mientras los hados y el dios lo permitían,
acoged a esta alma y libradme de estas angustias.
He vivido, y he cumplido el curso que Fortuna me había marcado,
Y es hora de que marche bajo tierra mi gran imagen.
He fundado una ciudad ilustre, he visto mis propias murallas,
castigo impuse a un hermano enemigo tras vengar a mi esposo:
feliz, ¡ah!, demasiado feliz habría sido si sólo nuestra costa
nunca hubiesen tocado los barcos dardanios.»
Dijo, y, la boca pegada al lecho: «Moriremos sin venganza,
mas muramos», añade. «Así, así me place bajar a las sombras.
Que devore este fuego con sus ojos desde alta mar el troyano
cruel y se lleve consigo la maldición de mi muerte.»
Había dicho, y entre tales palabras la ven las siervas
vencida por la espada, y el hierro espumante
de sangre y las manos salpicadas. Se llenan de gritos los altos
atrios: enloquece la Fama por una ciudad sacudida.
De lamentos resuenan los techos y de los gemidos
y el ulular de las mujeres, el éter de gritos horribles,
no de otro modo que si Cartago entera o la antigua Tiro
cayeran ante el acoso del enemigo y llamas enloquecidas
se agitasen por igual en los tejados de los dioses y de los hombres.

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