El sexo conjugado en pasado Noticia tomada de El País.com.co, en su edición de 16-02-04.
A medida que el hombre abandonó su estado libre y salvaje, la cultura y la civilización se encargaron de moldearle la existencia al imperio de los sentidos. En Roma, por ejemplo, donde fueron comunes las orgías, el bisexualismo y los abortos, el emperador Octavio decretó la pena de muerte para los adúlteros. Por culpa de las pasiones la humanidad siempre ha perdido la cabeza. Y aunque el sexo no necesariamente va de la mano con el amor, parece ser el más grande de los afrodisíacos de la historia. El mundo ha terminado por sucumbir ante el ardiente objeto del deseo, desde los tiempos más remotos. Desde los prehistóricos y rústicos cavernícolas, cuando según las leyendas los hombres cazaban a sus mujeres en los bosques y las arrastraban del pelo para domesticarlas como animales y poseerlas en las cuevas, pasando por la idílica época en la que ellas eran las únicas con derecho a la promiscuidad, la aparición de la píldora hasta llegar a los swingers o sofisticados intercambios de parejas. Otra cosa es que la moral, la religión, los gobiernos y las costumbres hayan impuesto toda clase de censuras, fronteras estrafalarias, controles inhumanos, condenas sin un mínimo de piedad. Sin embargo, y a pesar de las sanciones contra los apetitos del bajo vientre, la carne se las ha ingeniado para consumar el clímax prohibido, el acto irresistible, el contacto aplazado. Claro que a medida que el hombre y su costilla abandonaban su estado libre y salvaje, la cultura y la civilización se encargaron de moldearles la existencia al imperio de los sentidos. La mujer pasó a ser propiedad masculina para perpetuar la especie o en su defecto propiedad pública para distraer a los insatisfechos. En la Antigua Grecia, por ejemplo, las mujeres hacían de su capa un sayo y hasta ejercían cierta ascendencia sobre los hombres, aunque debían conservar las virtudes domésticas y no negarse a la procreación. Más adelante y durante la Grecia Clásica, las prostitutas de alcurnia conquistaron una posición superior a la de las mujeres casadas porque tenían la noble tarea de distraer a cientos de hombres que procuraban el amor y la fidelidad en las casas, pero que simultáneamente buscaban sacudirse del enamoramiento, fenómeno que consideraban una enfermedad. Otra época que ponderó más el sexo que el amor fue el correspondiente al Imperio Romano. Muy comunes fueron las casas de lenocinio a las que acudían desde las esposas de los emperadores para abajo, al igual que corrientes fueron las prácticas abortivas, los anticonceptivos y los bebés no deseados eran arrojados a la basura. Alarmado por el exacerbado panorama, el emperador Octavio se propuso recuperar la moral pública y retener el sexo dentro de las cuatro paredes del hogar. Incluso decretó la pena de muerte para el adulterio. Obviamente, fracasó en su ambicioso conservadurismo. Más acorde con los tiempos fue el poeta Ovidio, quien escribió un detallado y divertido manual para el sexo y la infidelidad. Para entonces, ya se discutía sobre diversas posiciones sexuales con el fin de mantener el orgasmo, sin importar con quién ni en dónde. Irrumpe el cristianismo. Pero las famosas orgías romanas, el bisexualismo y el sexo clandestino sufrieron un fuerte retroceso. Con la irrupción del cristianismo en Roma el placer genital fue señalado como fuente de culpabilidad y pecado. Algunos romanos cristianizados se quemaban los dedos para resistir las tentaciones por la cama ajena. Y como de lo que se trataba era de desalentar las canas al aire, promover la virtud, es decir, la virginidad y asegurar el vínculo matrimonial, San Agustín, padre de la Iglesia, le infundió asco a la cosa al advertir que todos “habíamos nacido entre excrementos y orines” y por consiguiente era preferible provenir de mujer no corrupta por la lujuria y el sexo. Con el matrimonio bajo el régimen del clero, el cristianismo calificó el sexo como un acto abominable, al tiempo que convertía a las mujeres en sinónimos de propiedad, en un mueble más. Y mientras la Iglesia justificaba las golpizas a las casadas, porque ellas siempre se lo buscaban, se hacía la desentendida frente al derecho natural de los nobles de desflorar a cuanta doncella se les cruzara por el camino. Los religiosos continuaron con la persecución al sexo monógamo. Entonces a San Jerónimo se le ocurrió que el hombre debería practicar sólo una posición, la obvia, con el objeto de abastecer a la Iglesia de guerreros para defender la expansión de la Cruz. Sin embargo, en plena Edad Media, hubo un reino: el de Aquitania, al sur de Francia, que produjo una corriente revolucionaria y que basaba el sexo y el amor en el respeto y la admiración mutua. Introdujo además, el cortejo a través del lirismo trovadoresco. Al mismo tiempo, cierto sector de la nobleza gala, al negar el amor en el matrimonio, valoraba como emocionante el dolor y la frustración en el cortejo. Pero con la literatura erótica de un Boccaccio, autor del ‘Decamerón’ o de un Pietro Aretino con sus ‘Sonetos lujuriosos’ y más tarde con los desnudos del Renacimiento, con las musas, las madonas y los desnudos de Botticelli, Rafael y Miguel Ángel, el Vaticano y sus medidas de higiene reguladoras de la intimidad se vieron en aprietos. Aun cuando las clases medias y populares unificaron el sexo con el amor, el matrimonio siguió siendo motivo de transacción económica. Hicieron carrera los amores platónicos, los incestos, las orgías, y lugares para efectuar intercambios de pareja. La Iglesia entonces, trata de meter en cintura a las mujeres que huyen del matrimonio, advirtiéndoles que todo lo que encuentren fuera de él era comercio con el diablo, que tenía “un pene tremendo cubierto de escamaso”. Muchas, entonces, se dieron a la tarea de toparse con Luzbel. Cuestionan la virginidad. A la vuelta del Siglo XVIII los anglicanos puritanos destacaron el sexo como un extraordinario instrumento para mantener la llama del matrimonio. Al igual que no tomaban en serio, como sí lo hacían los católicos, la virtud de la virginidad. Lo que atormentaba a la sociedad puritana era la existencia de ‘la otra’ y del ‘tinieblo’: los escándalos eran célebres, las rupturas ocasionaban vergüenza y se extendían largas propinas por el silencio del tercero en discordia. Ya en pleno Siglo XVIII, los modales seductores, el flirteo y el rechazo al compromiso son las conductas que los Donjuanes y Casanovas que se olvidan del amor, que a su juicio mata el sexo, para disfrutar del cuerpo y sus recónditos júbilos. Bajo la férrea vigilancia moral en la época de la reina Victoria de Inglaterra, a la mujer se le encarcela a punta de corsés y encajes y se le prohíbe sentir placer durante el coito. En contrapartida, la proliferación de la pornografía y de la prostitución hacen de Londres uno de los lupanares más memorables y sifilíticos de la historia. La antipática doble conducta victoriana cede ante los nuevos aires de la Revolución Industrial, edad que engancha a la mujer al mercado laboral, le confiere el derecho al voto, instituye el divorcio y le da vía libre a las uniones civiles. Se acaba el pecado y el goce genital es parte del trabajo, de la amistad, del encuentro furtivo. De esa nueva actitud fue emblema la famosa bailarina Isadora Duncan, quien soportó críticas por su adhesión al amor libre y por ser madre soltera. Mucho más feliz hubiera sido a mediados del Siglo XX, cuando el matrimonio entró en crisis y dejó de ser para toda la vida, hizo carrera el amor libre, cuando el éxito de toda relación reposaba en el orgasmo, cuando los hijos no fueron imprescindibles, el aborto se tornó una opción masiva, la píldora liberó a la mujer y la virginidad se volvió un juego de azar. En los albores del XXI, son ellas las que dicen cómo, a qué hora y dónde lo quieren. Los solteros y divorciados son mayoría en el mundo e internet se configura como el más grande rompe relaciones, porque además de aislar, excita las fantasías individuales. Todo es relativo, no hay prohibiciones y vuelve a estar de moda el amistoso y muy peligroso intercambio de parejas. Curiosidades - Santo Tomás dijo que besar y tocar a las mujeres era pecado mortal. - La Iglesia sostuvo que las mujeres atractivas eran malas exorcistas. - Los trovadores enaltecían al que controlaba sus deseos sexuales, pero les rogaban a sus damas que los colmaran en la cama. - Fue Martín Lutero, el religioso reformador alemán, quien afirmó que Cristo había cometido adulterio con María Magdalena y otras mujeres para conocer la naturaleza humana.
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