Ovidio, Metamorfosis. Libro X, vv 1-55.
De ahí por el inmenso éter, velado de su atuendo /de azafrán, se aleja, y a las orillas de los cícones Himeneo/tiende, y no en vano por la voz de Orfeo es invocado./Asistió él, ciertamente, pero ni solemnes palabras,/ni alegre rostro, ni feliz aportó su augurio;/la antorcha también, que sostenía, hasta ella era estridente de lacrimoso humo,/y no halló en sus movimientos fuegos ningunos./El resultado, más grave que su auspicio. Pues por las hierbas, mientras/ la nueva novia, cortejada por la multitud de las náyades, deambula,/muere al recibir en el tobillo el diente de una serpiente. /A la cual, a las altísimas auras después que el rodopeio bastante hubo llorado,/el vate, para no dejar de intentar también las sombras,/a la Estige osó descender por la puerta del Ténaro,/y a través de los leves pueblos y de los espectros que cumplieran con el sepulcro,/a Perséfone acude y al que los inamenos reinos posee,/de las sombras el señor, y pulsados al son de sus cantos los nervios,/así dice: “Oh divinidades del mundo puesto bajo el cosmos,/al que volvemos a caer cuanto mortal somos creados,/si me es lícito, y, dejando los rodeos de una falsa boca,/la verdad decir dejáis, no aquí para ver los opacos/Tártaros he descendido, ni para encadenar las triples/gargantas, vellosas de culebras, del monstruo de Medusa./Causa de mi camino es mi esposa, en la cual, pisada,/su veneno derramó una víbora y le arrebató sus crecientes años./Poder soportarlo quise y no negaré que lo he intentado:/me venció Amor. En la altísima orilla el dios este bien conocido es./Si lo es también aquí lo dudo, pero también aquí, aun así, auguro que lo es/y si no es mentida la fama de tu antiguo rapto,/a vosotros también os unió Amor. Por estos lugares yo, llenos de temor,/por el Caos este ingente y los silencios del vasto reino,/os imploro, de Eurídice detened sus apresurados hados./Todas las cosas os somos debidas, y un poco de tiempo demorados,/más tarde o más pronto a la sede nos apresuramos única./Aquí nos encaminamos todos, esta es la casa última y vosotros/los más largos reinados poseéis del género humano./Ella también, cuando sus justos años, madura, haya pasado,/de la potestad vuestra será: por regalo os demando su disfrute./Y si los hados niega la venia por mi esposa, decidido he/que no querré volver tampoco yo. De la muerte de los dos gozaos.”/Al que tal decía y sus nervios al son de sus palabras movía,/exangües le lloraban las ánimas; y Tántalo no siguió buscando/la onda rehuida, y atónita quedó la rueda de Ixíon,/ni desgarraron el hígado las aves, y de sus arcas libraron/las Bélides, y en tu roca, Sísifo, tú te sentaste./Entonces por primera vez con sus lágrimas, vencidas por esa canción, fama es/que se humedecieron las mejillas de las Euménides, y tampoco la regia esposa/puede sostener, ni el que gobierna las profundidades, decir que no a esos ruegos,/y a Eurídice llaman: de las sombras recientes estaba ella/en medio, y avanzó con un paso de la herida tardo./A ella, junto con la condición, la recibe el rodopeio héroe,/de que no gire atrás sus ojos hasta que los valles haya dejado/del Averno, o defraudados sus dones han de ser./Se coge cuesta arriba por los mudos silencios un sendero,/arduo, oscuro, de bruma opaca denso,/y no mucho distaban de la margen de la suprema tierra./Aquí, que no abandonara ella temiendo y ávido de verla,/giró el amante sus ojos, y en seguida ella se volvió a bajar de nuevo,/y ella, sus brazos tendiendo y por ser sostenida y sostenerse contendiendo,/nada, sino las que cedían, la infeliz agarró auras./Y ya por segunda vez muriendo no hubo, de su esposo,/de qué quejarse, pues de qué se quejara, sino de haber sido amada,/y su supremo adiós, cual ya apenas con sus oídos él/alcanzara, le dijo, y se rodó de nuevo adonde mismo./No de otro modo quedó suspendido por la geminada muerte de su esposa Orfeo/que el que temeroso de ellos, el de en medio portando las cadenas,/los tres cuellos vio del perro, al cual no antes le abandonó su espanto/que su naturaleza anterior, al brotarle roca a través de su cuerpo;/y el que hacia sí atrajo el crimen y quiso parecer,/Óleno, que era culpable; y tú, oh confiada en tu figura,/infeliz Letea, las tuyas, corazones unidísimos/en otro tiempo, ahora piedras a las que húmedo sostiene el Ida./Implorante, y en vano otra vez atravesar queriendo,/el barquero le vetó: siete días, aun así él,/sucio en esa ribera, de Ceres sin la ofrenda estuvo sentado./El pesar y el dolor del ánimo y lágrimas sus alimentos fueron./De que eran los dioses del Érebo crueles habiéndose lamentado, hacia el alto/Ródope se recogió y, golpeado de los aquilones, al Hemo./Al año, concluido por los marinos Peces, el tercer/Titán le había dado fin, y rehuía Orfeo de toda/Venus femenina, ya sea porque mal le había parado a él,/o fuera porque su palabra había dado; de muchas, aun así, el ardor/se había apoderado de unirse al vate: muchas se dolían de su rechazo./Él también, para los pueblos de los tracios, fue el autor de transferir/el amor hacia los tiernos varones, y más acá de la juventud/de su edad, la breve primavera cortar y sus primeras flores.
2 comentarios:
Lola, te está quedando binito tu blog, enhorabuena, te he agregado en mi página.
http://ritataylor.blogspot.com/
Binito !!!! jejeje eso es lo que me tomaba yo ahora, pero con "V", quise decir bonito Lola.
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